Mar Coll: «Tots volem el millor per a ella»
Tots volem el millor per a ella (2013) es el segundo largo de Mar Coll. Este es un poco el pellizco que nos ha dejado.
Vuelve a la normalidad. Es decir, guarda todos tus zapatos en el armario como una persona, vístete, ve al trabajo, ¿no lo entiendes?, ¿quién no va al trabajo cuando tiene uno?, eso es innegociable, y vamos a comer con tu familia; venga, va, haz un esfuerzo, peque, habla bien que no hay prisa, ¿no ves que va todo bien?, todo mejora. La barbilla arriba, peque, y no bebas alcohol que te lo ha dicho el médico. Lo estás haciendo muy bien. Déjame que te ayude, te he comprado unos zapatos nuevos que son mejores, mira. Todo va a volver a ser normal. Todo puede volver a ser como antes. Si tú quieres. Pero vuelve al trabajo, al médico, al fisio. Eso es innegociable. Y habla bien, anda. Haz un esfuerzo. Eso es innegociable.
Se lo dicen a Eugenia. Geni para quienes la quieren, para quienes quieren lo mejor para ella. Tiene treinta y ocho años. Vive en Barcelona. En la casa del barrio acomodado que comparte con Dani. Va a las reuniones de su familia, clase media alta, acude al médico y se sienta en la sala de espera. Pero no. No está en ninguno de esos lugares. Geni está vacía, vaciada. A Eugenia un año atrás la atropelló un coche y la dejó coja y con la memoria a cachos, y ella dice que sí a todo, que sí, que es innegociable, que hará un esfuerzo, pero lo dice para que la dejen en paz, para que la dejen mirar sola la lluvia tras el cristal de su casa. Para escabullirse del trabajo mientras en la escena suena la pieza más romántica y oscura de Vivaldi. Por miedo a caer avanzar con cuidado; ir firme resbalar caerse al suelo; de nuevo sobre el hielo y andar rápido sin que el hielo se rompa. Son las cuerdas dramáticas de «L’inverno».
Dani, vámonos a otra ciudad, a una donde no nos conozca nadie, donde podamos empezar de cero, le ruega. Si quieres salvarnos, no me vale con que me masajees la pierna, en otras palabras. Coja, tartamuda. No quiere ser la de antes. No puede serlo. Cómo se sube una de nuevo al tren de la vida cuando todos te lo piden y no puedes o tu elección es no hacerlo. Otro lugar. Abogada ya no más. Máscara ya no más. Pero su entorno también cojea, no sólo ella. En esta película son todos cojos emocionales. El marido, su padre, su hermana. Sólo saben zarandearla: vuelve, sé normal, sé la que eras. Geni, entonces, aborreciéndose a sí misma, aborreciendo la torpe complacencia con la que la tratan y en lo que se ha convertido, buscará agarrarse a la vida de algún modo: mediante ese alcohol que no puede tomar y retomando con entusiasmo efervescente una amistad antigua, de cuando soñaba con recorrer el mundo, de cuando el futuro aún no le había sido arrebatado. Líbrame, amiga, de la institución familiar.
Qué simpleza y, sin embargo, qué rotundidad. Qué poco artificio y cuánta conmoción. La película de Coll es una reflexión sobre lo que sigue al trauma. Y lo ha retratado con la magia de la palabra, es decir, con los diálogos y los silencios, con la música. Y también, sobre todo, con la inmensa interpretación de Nora Navas. La contención interpretativa: el dolor, tanta fisura en los gestos, la mirada, las manos. Cuánta realidad cobra esta historia cuando Geni agarra un tercio de cerveza y pasea cojeando por la casa familiar. Qué abanico tan sutil de expresiones sin aspavientos, sin melodrama. El tartamudeo de una mujer fuerte que supura. Y esos planos de Coll a un reflejo de la cara en una televisión o a los tejados que mira la protagonista. Mostrar en vez de decir. Lo importante no es precisamente la raíz del conflicto, esto es, que Geni ya no sea la Eugenia que era antes de su pierna quebrada y su memoria truncada (de hecho, el accidente no le interesa tanto a la directora, no aparece), sino lo que ella es capaz de gestionar y no gestionar. El hecho de que Geni ahora sea casi como una adolescente. Su desconcierto. La gestión que hace ella de los conflictos; si tiene o no el bastón adecuado para transitar su mapa emocional.
Tots volem el millor per a ella, tranche de vie dolorosamente bella y contenida sobre ese baile entre la esperanza y la desesperanza. Una mirada a la existencia, al fin y al cabo. Y a esa necesidad -tan común, por otro lado- de ser otra. Porque no hace falta sufrir un accidente para llegar a este abismo, ¿no? Para necesitar salir por la puerta de atrás.